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FERNANDO ARRANZ PLATÓN -ESPAÑA-

Nacido en Valladolid el 27 de mayo de 1941 (82 años)
Diplomado en Marketing y Publicidad, Estudios de Dirección de Empresa, Derecho y Relaciones Públicas. Técnico en Accidentes, durante cerca de 40 años trabajando en Multinacional del Seguro, suiza.

 

 

Correo electrónico: pelicanoblanco2021@outlook.com

 
 
 

REGRESO AL PASADO

(continuación)
 

                                                 CAPÍTULO VII
 
 
La luz del día aún no había penetrado por los resquicios de las persianas, cuando Teresa cumpliendo con la rutina diaria impuesta desde hacía cerca de tres años, se levantó de la cama.
     En la cocina se dispuso a preparar el desayuno, para su esposo. Mientras este se duchaba y vestía con las ropas de trabajo, ella tostó unas rebanadas de pan que previamente había untado con cacao y un par de huevos fritos con beicon.
     Luego, cuando este hubiese marchado, volvería acostarse hasta que la niña se despertara para ir al colegio. Vivían en una finca próxima a la población de “Arenas Negras”, y en ella había una pequeña escuela regentada por las monjas del Sagrado Corazón.
     Tenía un montón de añoranzas. Su tierra, Eugenio, Marina, su hermano Antonio… los echaba a todos de menos, sin embargo, se limitaba a que fuese un montón de pensamientos no compartidos. Los recuerdos de aquella época más feliz los tenía grabados en su corazón.
     Se había visto obligada a aceptar una boda que no deseaba. Su padre, llevaba tiempo acumulando deudas de juego, que suponían grandes cantidades de dinero, que no podía pagar. En una de las visitas, que el ganador hizo para reclamarle la deuda, este se encaprichó de la joven.
     Ofreció al padre de la muchacha el condonarle esta, a cambio de que Teresa se casara con él. Tanto sus progenitores como ella se opusieron, pero el jugador minó la resistencia que oponían, amenazándoles con llevar al padre a prisión.
     Todo hubiese resultado distinto, de haber tenido noticias de Eugenio. Sin embargo, ante su silencio, aceptó.
     Una vez celebrada la boda por poderes, ya que el novio residía por entonces en Brasil, pasó cerca de dos años sin verse con su marido. Cuando recibió la noticia de que la reclamaba, se dirigió a Barcelona para embarcar, pero antes quiso ver a Eugenio.
     Se abrazaron como siempre lo habían hecho. Los besos sabían a poco, pe-
ro sabía que era una mujer casada. Aun así, le dio todo lo que esta puede dar a su amante, aunque este ciego ante la realidad que transcurría delante de sus ojos, la dejó marchar. Pese a todo, ella le seguía queriendo.
     El tiempo a veces se desliza con tanta rapidez, que uno no lo puede saborear. Eso le pasó a Teresa que vio como de pronto, aquella pequeña crecía y se convertía en una bella jovencita, lo que suponía una gran alegría.
     Belinda y ella dedicaban todas las horas del día, para que Irene fuese una mujer culta en aquella zona. La muchachita era lista y aprendía rápidamente.
     El nacimiento de la pequeña supuso mucha alegría en la vida de la finca. Sebastián ansiaba llegar a casa para disfrutar de su hija, mientras que Teresa sufría terriblemente en su interior.
     Su único consuelo era poder hablar de vez en cuando con Estrella y Belinda. Ambas como si se hubiesen puesto de acuerdo, intentaban que esta no se encontrase sola cuando Sebastián estaba fuera de casa.
     Pero las cosas se torcieron de pronto. Teresa nunca la certeza de qué fue lo que motivó el cambio; algún comentario o insinuación, o que la niña no se parecía a él, lo cierto es que Sebastián cambió y se convirtió en una persona muy cruel.
     Aparecieron las broncas, las bofetadas, los gritos. Cada vez que esto ocurría Irene se refugiaba en la habitación de Belinda y Teresa al día siguiente, lucía unos amplios moratones.
     Hasta que un día, la pegó con el cinto dejándole la espalda amoratada. Teresa, viendo que aquella situación era cada día más frecuente, tomó la determinación de huir.
     Pero, necesitaba ayuda. Ella desconocía caminos y rutas seguras, que le permitieran alejarse de aquel infierno, así que decidió contárselo a su ama de llaves. Tan pronto se encontró con ésta le dijo:
     —Belinda, he de abandonar hoy sin falta la finca con la niña.
     Necesito tu ayuda para huir, aunque sé que esto te causará graves problemas. Pero si no lo hago, Sebastián cualquier día me mata.
     —Señora, no me atrevía a deciros nada, aunque sin mencionar vuestro nombre he preguntado en el convento de las monjitas, si podrían acogeros hasta que pudierais encontrar una salida. Me han dicho que aquí no, pero que en “Camino de los Santos”, las misioneras si os darían cobijo.
     Aquello elevó su ánimo. Al menos había una persona que la podría ayudar en aquel trago. Así que al momento ambas se pusieron a preparar la ropa de Teresa y la niña, a las que añadieron algunos objetos de uso personal. Luego, con todo ello puesto en dos maletas, tomaron la misma furgoneta con la que había llegado a la finca, camino de su nueva vida.
     Mientras recogía la ropa junto a Belinda, decidió que, dado que la ruta para llegar al convento pasaba cerca de la casa de Estrella, se acercarían a despedirse de esta. Luego dispondría de tiempo suficiente, y podría meditar los pasos que iban a dar. Belinda y su hermano las acompañarían en el vehículo.
     Teresa comenzó a pensar, que aquella gente que la ayudaba estaba en un buen trance, puesto que no podían regresar, ya que serían ellos los que recibieran el castigo de Sebastián por haberla ayudado.
     —Belinda, que harás cuando lleguemos al convento, no podéis volver. Mi esposo os haría daño.
     —No se preocupe por nosotros, también hemos cogido nuestras cosas y no regresaremos. Acudiré a una casa donde hace años trabajé y ver si tienen algo para mí. Las monjas también nos ayudarán.
 
     Estrella desde una pequeña terraza, observó la llegada del vehículo. Al reconocer a su amiga salió a su encuentro. Cuando vio la mirada de Teresa, supo del sufrimiento de aquella.
    Esta le explicó todo lo que había ocurrido en los últimos días y la decisión tomada.
     —Me gustaría poderte ayudar. Pero Álvaro es su amigo y entre ellos se protegen. Espera un momento —Regresó a la casa y al cabo de un rato salió con unas bolsas llenas de comida y dinero.
     —Estrella, no por favor, no quiero comprometerte.
     —Teresa, es lo menos que puedo hacer por ti. Si algún día estuviera en la misma situación, me gustaría encontrar un punto de apoyo. Si necesitas contactar conmigo hazlo en esta dirección —y la entregó una nota.
     Ambas mujeres se abrazaron llorando y luego de subir al vehículo, agitaron al aire sus manos en señal de despedida. Tiempo más tarde al releer leer la nota, que su amiga Estrella le había dado, comprendió que esta tampoco era feliz
     Cuando llegó el anochecer se apartaron del camino y junto a la orilla de un arroyo, establecieron su campamento. No encendieron fuego alguno y por comida tomaron lo que les había dado Estrella.
     Tan pronto el día comenzó a clarear, se pusieron en camino, para alcanzar su meta. Antes del mediodía había divisado los muros del convento. Cuando llegaron a la puerta llamaron con la aldaba. Una pequeña ventana sobre uno de los laterales de la misma se abrió y el rostro rechoncho de una monja, loes miró de arriba abajo.
     —A la paz de Dios, ¿qué deseáis?
     —Nos envía la hermana Elisa del convento de “Arenas Negras”. Necesitamos ayuda. 
     —Entrad y esperad, la Madre Superiora os recibirá en cuanto acabe la misa —abrió la puerta y las dejó entrar. Luego, las acompañó a una sala donde se pudieron sentar.
     Mientras tanto Jerónimo llevó la furgoneta a un descampado, y allí abandonó el vehículo con las llaves puestas. Luego, regresó al convento.
     Ambas mujeres se encontraban sentadas en un banco de aquella sala, cuando entró una monja con unas revistas para dejar en un armario. Teresa dio un respingo y dijo:
     —Marina ¿tú aquí?
     La hermana se giró y su cara se iluminó por momentos. Se abrazaron ante la sorpresa de Belinda.
     —Teresa. Nunca hubiese sospechado, que te vería en estas tierras. ¿Qué hacéis aquí…?
     —Es largo de contar. Estamos esperando a la superiora para ver si nos podrá ayudar. 
     En ese momento, entraba la abadesa en la sala y al ver a Sor Inés (Marina en otros tiempos) hablando con unas mujeres a las que parecía conocer, la indicó que se quedara.
Tras sentarse en los bancos, Teresa las explicó los acontecimientos ocurridos en los últimos tiempos, y que ante aquella situación había decidido abandonar el hogar con la niña. Ahora necesitaban un trabajo para poder subsistir. Además, con su decisión, Belinda y su hermano estarían en peligro de regresar a la finca, ante la posible venganza de Sebastián por ayudarla.
     —Teresa, somos pobres —indicó la abadesa —pero nuestra misión es compartir lo que tenemos. De momento se quedarán aquí en la parte de la cocina. Allí hay dos habitaciones grandes que procuraremos arreglar con colchones y mantas sobre unas maderas en el suelo, para que al menos podáis descansar. Después hablaremos con la gente de más confianza de la zona, e intentaremos conseguiros algún trabajo.
     —Gracias Madre. No sabéis el alivio que me supone escuchar vuestras palabras. Entretanto ayudaremos en lo que sea preciso. No queremos estar ociosas.
     —Me parece bien. Sor Inés, a la que ya conocéis, se cuidará de que no os falte lo necesario —pasó su mano por el pelo de Irene y salió dejándolas.
     —Marina no sabes lo contenta que estoy de haberte encontrado.
     —Yo también ¿Por cierto, tienes alguna noticia de mi hermano?
     —No desde que salí de Barcelona
     —¿Pasó algo entre vosotros?
     Teresa se sorprendió de la franqueza de la monja, aunque le dolió en su interior la pregunta.
     —No, nada. Simplemente que cada uno tomó un camino diferente.
     Sor Inés al ver compungida a la mujer se disculpó.
     —Siento haber sido tan inquisitiva, pero pensaba que os queríais.
     —Marina, éramos demasiado jóvenes y ninguno de los dos pensó que aquello pudiera acabar. Sin embargo, te aseguro que le sigo queriendo.
     —Lamento haber sido tan brusca. No he pretendido en ningún momento pedirte unas explicaciones a las que no tengo derecho y que ni mi propio hermano me ha dado. Perdona mi intromisión —tomando un poco de aire añadió
      —Ahora vayamos a lo práctico. Mañana vendré a buscar a Irene para llevarla con otros niños a nuestra escuela. Lo que ha ocurrido debe afectarle lo menos posible. Vosotras junto con la hermana cocinera, intentareis ayudar en aquellas cosas que podáis hacer.