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MARIO BERMÚDEZ
LOS DOCE APÓSTOLES
Novela-Crónica

 
VALORACIÓN ESPECIAL XIV
PREMIOS LITERARIOS 2020
EDICIONES OBLICUAS -ESPAÑA-

 

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Esta vez, y por entregas, deseo compartir un relato de ciencia ficción de mi juventud; es una historia de 35 cuartillas. Lo encontré escrito en la Remington, lo digitalicé por estas calendas, y ahora, sin más pretensión que la propia, lo pongo a disposición de los amables lectores que aún tienen el estoicísmo de seguirme.

 

 

GRAN ENCUENTRO

 

 

I
 

Clemente Núñez ha decidido disfrutar de unas vacaciones en Santa Rosa, ciudad veraniega muy visitada por turistas provenientes de todas partes del mundo y del país. La ciudad goza de un clima templado muy agradable, posee excelentes servicios, una buena infraestructura dividida entre el casco antiguo y la parte moderna, con grandes edificios de apartamentos, oficinas de empresas y lujosos hoteles. Hacia el costado occidental de Santa Rosa está el parque acuático, que cuenta con un enorme lago artificial en donde se puede navegar en embarcaciones medianas y pequeñas, además de practicar los deportes acuáticos. Indudablemente el más importante centro de atracción para propios y visitantes es el Parque Arqueológico Serequé, ubicado, por la carretera principal a unos diez quilómetros de la ciudad, y circundado por una magnífica cadena montañosa, que le da un aspecto de gran belleza que, a la vez, se mezcla con un sentimiento de perplejidad y sobrecogimiento.
Clemente Núñez se ha instalado en el hotel Esmeralda, en medio de las mayores comodidades y lujos que un hotel de cinco estrellas puede ofrecer a su distinguida clientela. Imbuido por la fama del parque arqueológico de Serequé, el importante hombre de negocios ha decidido, primeramente, visitar el complejo arqueológico, aprovechando el servicio especial que tiene el hotel para realizar la visita en cómodas busetas pullman.
Durante el viaje, Clemente Núñez se ha sentido presa de la curiosidad, y un nerviosismo acucioso lo invade al saber que muy pronto estará en el tan nombrado parque arqueológico, testimonio presente de la cultura precolombina que construyó lo que muchos llaman la extraña maravilla de la arquitectura y de la ciencia indígena de los ‘serequés’.
El autobús se ha detenido al lado de la carretera en un pequeño aparcadero que las manos de la civilización moderna se encargaron de construir para estacionar los vehículos de los visitantes. Los pasajeros descienden, abriendo desmesuradamente los ojos, buscando con insistencia las maravillas que han venido a contemplar. Avanzan por un camino empedrado hacia una pequeña colina hasta llegar a un túnel cavado en la montaña, en donde está antepuesto un gigantesco pórtico de concreto, en cuya parte superior, y en molde de color ocre está escrito el nombre: Parque Arqueológico de Serequé. Y debajo, bienvenidos. Los visitantes trasponen el túnel de, aproximadamente, treinta metros de largo, y salen a una maravillosa y enorme explanada en donde, altivo, se yergue el templo del sol, una construcción gigantesca en forma piramidal, cuya belleza y perfección no deja de asombrar a los turistas, entre ellos Clemente Núñez. Las cámaras fotográficas se disparan desde todos los puntos con profunda insistencia, impresionando en los negativos, que más tarde serán revelados con prontitud, el vivo recuerdo de la experiencia inolvidable de estar visitando una de las maravillas prehispánicas.
Clemente Núñez no se ha quedado atrás, obturando apasionadamente su cámara fotográfica, hacia toda la explanada y, especialmente hacia el templo del sol, construcción que sugiere el recuerdo de un pasado arcano, invadido de las más diversas y hasta descabelladas teorías sobre su construcción. Desde un altavoz, la señoría guía invita a seguir, dando las respectivas indicaciones de seguridad, a todos los turistas.
―Señoras y señores ―dice la chica con voz agradable―, están ustedes ante una de las maravillas del mundo antiguo, como lo es el jardín Arqueológico de Serequé. Su nombre se deriva de la gran civilización indígena que los construyó para adorar a sus dioses. Se presume que el templo del sol, junto con todas las construcciones aledañas, data desde hace aproximadamente de mil años a mil doscientos años de antigüedad. Como pueden apreciar, el epicentro de este maravilloso parque está constituido por un camino labrado en roca perfectamente cuadrada y bien pulida, que, a simple vista, nos da la impresión de ser mármol. El camino tiene 17 metros de ancho por 75 metros de largo. Observen, aun con el paso del tiempo, la perfección de las losas en su pulimentación, que fue hecho, se supone, con herramientas tan precarias como el hacha de piedra para ser cortadas simétricamente, y pulidas con rocas traídas de los ríos. Las losas están unidas perfectamente, a manera de las baldosas moderna, y esta exactitud en sus uniones ni siquiera ha permitido que, a través del tiempo, nazca allí siquiera la más pequeña vegetación.
Los turistas contemplan, anonadados, el perfecto acabado del camino que conduce hasta el pie de la colina. Mientras tanto, la señorita guía continúa con la exposición, metódica y perfectamente memorizada:
―Como pueden observar, el camino está bordeado por lado y lado por una cerca de piedra, a la cual el musgo le da un toque de original belleza. Igualmente, pueden ver que, aproximadamente, cada seis metros se levantan unas columnas con petroglifos, que sostienen en los capiteles, por decirlo así para una mayor comprensión, a los dioses totémicos de los serequés; en total son veinticuatro, de a doce a cada constado Durante las noches se encendían teas, sostenidas por las manos de los ídolos de piedra, para iluminar el camino durante las noches. Las columnas tienen todos 30 centímetros de alto por seis metros de alto, lo que las hace verdaderamente imponentes y majestuosas. La altura de cada ídolo sobre cada una de las columnas es de seis metros de alto, lo que da una altura total, entre columna e ídolo, de 12 metros. ¡Sorprendente! ¿No? Todos los ídolos miran hacia el centro del camino; pero lo más sorprendente es que la cabeza de cada ídolo, sin importar su fisonomía facial, esta coronada por algo así como una media esfera de cristal opaco, aunque se cree que es un tipo de obsidiana especial, lo que aún mantiene a los investigadores arqueológicos con admiración y profundizando en sus estudios.
―Ahora continuamos avanzando por el camino ―prosigue la señorita guía con su voz encantadora―. Este maravilloso sendero los serequés lo llamaron camino del águila. Señoras y señores, observen detenidamente la colina: su altura es de casi treinta metros desde la base, en donde empata perfectamente el camino con ésta; la base es de sesenta metros, es decir, el doble de la altura. Es una colina de vegetación muy exigua que le da ese color ocre, bastante empinada, pues se ha calculado que tiene un ángulo entre 110 y 120 grados, conformado por el camino del águila como vértice en el punto de empate con la colina. Como pueden verlo, señoras y señores, los constructores serequés se dieron a la ingeniosa tarea de construir en la cima de la colina piramidal una gigantesca águila de roca que asombrosamente cubrieron con un baño de oro fundido para darle la majestuosidad extraordinaria que aún posee, y que irradia su luz, al golpe del sol, por muchos quilómetros a la redonda. Lástima grande que no esté permitido el ascenso a la cima, en donde se encuentra el fascinante monumento al dios Barnichusaca, pero observen con sus lentes lo extraordinario de aquel monumento. Es una roca compacta de una altura de quince metros, labrada con la figura imponente del dios, y que sobre su cabeza lleva la gran esfera de roca cristalizada de color rojizo, de un diámetro de un metro. Cuentan las leyendas y los mitos que esa esa roca cristalizada y perfectamente esférica cayó desde el cielo, cayó desde el cielo enviada por el dios supremo Barnichusaca. Entonces por tal motivo los indígenas serequés construyeron este templo al aire libre, catalogado como una verdadera maravilla del mundo primitivo. Se dice que el dios Barnichusaca envió a unos seres, llamados susquiés, para que ayudaran en la construcción del gran templo del sol, que es todo el conjunto del parque arqueológico conformado por el camino del águila, las columnas que lo rodean con sus ídolos y petroglifos, los jardines adyacentes con tunjos, la colina del águila y el monumento al dios Barnichusaca. Las leyendas cuentan que en el camino del águila se reunían las princesas, hermosas mujeres indígenas que ofrendaban inmensos cestos con los frutos de la tierra, los chamanes que ofrendaban piedras preciosas y los caciques de las tribus que conformaban el reino de los serequés, que ofrendaban oro en polvo, que era traído desde las minas de la laguna dorada, y que los sacerdotes, quienes eran los únicos que podían ascender a la colina sagrada, fundían en la ceremonia para embadurnar al águila dorada. Las ofrendas, incluido el oro sobrante, eran depositadas en las manos gigantescas del dios Barnichusaca. Igualmente, en la sexta y última noche, los sacerdotes, en medio de dos grandes hogueras enfrente de la gigantesca estatua del dios supremo, sacrificaban a seis humanos, degollándolos y recogiendo su sangre en vasijas de barro cocido; los cadáveres los dejaban expuestos a la intemperie para que fueran presas de las aves de carroña, y la sangre permanecía, convirtiéndose en una pasta oscura y muy densa, y que cambiaban los recipientes solamente hasta la nueva ceremonia mayor, al año lunar. El pueblo común, ataviado con trajes especiales de algodón blanco, como símbolo de pureza y rectitud, se congregaba en toda la explanada que rodea el camino del águila. Durante seis días, con sus noches, se llevaba a cabo el rito principal, realizando danzas rituales y encendiendo hogueras.
A todos los dioses les encanta la sangre, el oro y las ofrendas, pensó maravillado Clemente Núñez.
Los turistas respiraron hondo, como despertando del imperioso letargo de un sueño maravilloso. Clemente Núñez observa hacia todos los lados con suprema admiración, fijando una y otra vez su mirada en el templo del sol o del dios Barnichusaca. De pronto, alguien del grupo, un hombre joven, ha tomado la palabra:
―Se dice, según la mitología, que los susquiés no eran ángeles, tal como entendemos hoy en día, sino extraterrestres que construyeron este monumento, que realmente era, y lo más asombroso, es una especie de ovniódromo para sus aterrizajes espaciales.
La mayoría de turistas miraron al hombre mágico con sorpresa e incredulidad. Es una teoría conspirativa, como suele suceder ante estas maravillas, pensó Clemente Núñez. La señorita guía miró suspicazmente al hombre joven que realizó el comentario de los alienígenas.
―Como se sabe, el indígena, por su presumible falta de conocimientos científicos, tan como los entendemos ahora, han sido muy imaginativos, poseyendo técnicas diferentes, pero efectivas, para sus construcciones. Y toda esta rica historias nos llega solamente a través de las leyendas que los mismos nativos les contaban a los conquistadores como su verdadera realidad, fuente que nos ha traído su mitología y su modo social hasta nuestros días. Cuentan las leyendas que el dios Barnichusaca anunciaba sus llegadas que, entre otras, sucedían muy de vez en cuando, lanzando rayos desde las rocas cristalizadas, que a manera de coronas tienen los 24 ídolos del camino del águila. Entonces los indígenas al ver las señales luminosas, corrían hacia el templo del sol a recibir a los 24 dioses menores o ídolos, quienes bajaban desde el cielo montados en pequeñas estrellas veloces. Esta es un mito un tanto difuminado en el tiempo, incluso con muy poca credibilidad porque parece tomado posteriormente de leyendas orientales; sin embargo, ahí está y se sigue contando. Se ha demostrado técnicamente que las rocas cristalinas de los ídolos y de la cabeza del gran dios son rocas volcánicas cristalizadas, en el caso del momento del dios Barnichusaca, y obsidiana en el caso de las que están sobre las cabezas de los ídolos del camino del águila, y nunca faros para guiar a naves extraterrestres. Como se pueden dar cuenta, señoras y señores, simplemente se trata de un templo al aire libre, eso sí, hermoso, gigantesco e impresionante, pero no más; el resto son solamente imaginaciones de algunos autores.
El turista joven, presa de la terquedad, volvió a insistir en su teoría ante las miradas burlonas de unos y curiosas de otros.
―Qué pena con ustedes, pero si analizan bien, esto no parece un templo indígena. Quien quita que las columnas y las estatuas sirvan para otra cosa. Además, he oído muchas veces, y de fuentes confiables, que en las noches se han registrado luces extrañas que provienen desde este sitio; y no ha faltado quienes aseguran haber visto ovnis sobre el parque arqueológico.
―Claro está ―contestó la señorita guía―, que el fenómeno que usted dice es perfectamente explicable, pues parece que las coronas de los ídolos y en especial la del dios Barnichusaca concentran y reflejan las luces normales, incluso aumentando la luminosidad. Durante el día, es obvio que funcionen como espejos que reflejan la luz con potencia y a gran distancia; si ustedes se dan cuenta, esto está sucediendo ahora mismo porque el sol está en el zenit del parque; observen como destellan los ídolos y el dios Barnichusaca.
Los turistas pudieron comprobar, maravillados, las aseveraciones de la señorita guía, lanzando exclamaciones de asombro inusitado.
―Durante las noches ―continuó la señorita guía―, el fenómeno de la reflexión, aunque más débil, resulta constante y multicolor, pues se reflejan las luces de los aviones, recuerden que el aeropuerto de Santa Rosa está cerca de aquí, también en las noches de luna llena, los monumentos del parque lanzan sus reflejos, lo que ha dado, en las mentes imaginativas, que son las luces de los ovnis.  De verdad, yo hasta que no me monte en una de ellas, no creeré jamás en naves interplanetarias, ja, ja, ja, ―bromeó la señorita guía―.
El turista joven, terco aún, siguió insistiendo.
―Esto de los extraterrestres es como lo de las brujas: nadie las ve,  y dicen que no hay que creer en brujas, pero que las hay, las hay…
―Parece que el señor se ha dejado sugestionar ―retrucó la señorita guía―, por la literatura fantástica, que es muy plausible más no cierta, que le ha dado por convertir ahora a la arqueología en un fenómeno extraterrestre o paranormal, incluso. Observen bien estas construcciones, y por simple lógica se deduce que son rocas que representan a los dioses de los serequés. Si hubiera sido, o aún lo fuera, un aeropuerto interplanetario, ¿en dónde están los instrumentos de precisión para regular los supuestos aterrizajes? ¿En dónde están los radares y las fuentes de energía? Además, el largo del camino del águila no puede ser, ni mucho menos, una pista de aterrizaje, puesto que es muy corto, incluso para aeronaves pequeñas. ¿Ah? Esta es una buena pregunta. Por mucho tiempo los arqueólogos han estudiado el sitio y nunca han encontrado nada extraño que indique que esto es un ovniódromo.
Por un largo tiempo los acuciosos turistas se han dedicado a recorrer el Parque Arqueológico Serequé, o, lo que es lo mismo, el gran templo del sol o del dios Barnichusaca. Después del recorrido por toda la explanada, observando los tunjos sagrados, y hasta lamentándose no poder subir a la cumbre de la gran colina, por motivos de seguridad, los visitantes se disponen a regresar hacia la ciudad.
 

MARIO BERMÚDEZ -COLOMBIA-

Soy eterno aprendiz de escritor y poeta, de rancia estirpe rola, nacido a mediados del siglo XX en la fría Bogotá, Colombia, en donde puedo compartir esa simbiosis producto de las épocas parroquiales, el mundo en transición con el abrumador modernismo de la computación y la informática. Desde casi niño incursioné en el mundo en las letras, más como un hábito imperioso, fatigante e ingrato, cosas que también lo pueden uno feliz. He escrito algunas novelas, muchos relatos, y en los momentos de la súbita inspiración, ya en el recuerdo, ya en la pasión y ya en la imaginación, algo poesía.


Por autoedición, destaco mis títulos: El Mito Humano, una visión psicosocial de la historia de las religiones ariosemíticas. Suicidio al atardecer, Breve historia de la guerra de los Mil días en Colombia, La huella perpetua, entre otros. En poesía suelo utilizar títulos tan insólitos con palabras de un mal invento, como Tríptico Pléctrico, Pristinaciones Numénicas y Pentagrafía Estróica. Seguimos en la briega de la pluma hasta que el camino termine.

 

Pueden ver y adquirir mis libros publicados en autoedición en: MARIO BERMUDEZ EN AUTORES EDITORES>>

 

Si desea comunicarse conmigo, puede hacerlo al correo alcorquid@gmail.com o director@alcorquid.com


Desde marzo de 2015 comencé la ilusión de hacer felices a los autores de las redes al publicarles sus sueños literarios, sin más retribución que, algunas veces, el agradecimiento o el mudo silencio de que se cumplió con un propósito con seres ajenos cuyo único objetivo de distante unión es la literatura. Con este objetivo creé la Revista Literaria Trinando.