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ANDREA PEREIRA -URUGUAY-

Escritora uruguaya, exalumna del taller literario de Maria de la Cuadra en el año 2016. Sus cuentos fueron en varias ocasiones seleccionados por revistas literarias o galardonados en concursos. Sus obras han sido publicadas en Colombia, Estados Unidos, Argentina, Uruguay, España, Guatemala, Costa Rica, Chile, Perú, Alemania, México y Ecuador. Ganadora dos veces  en concursos literarios del primer lugar en Argentina por sus cuentos “Crecer a los sesenta y cinco” y “Flor de lino” ganadora dos veces en concursos literarios en Argentina y una vez en Uruguay por “El mate y la plaza”, “La piel de alguien más” y “Una promesa de hermanas” Finalista del concurso Reinaldo Arenas en Estados Unidos con su novela “Amadeus” y ganadora del primer lugar en Argentina con su novela “Las cartas de Esther”
 
blog: https://lolitadejunio.wixsite.com/misitio
 
 
Mi María Eduarda
 
Enciendo la computadora, Rita me pregunta si ya voy a comenzar a trabajar, le respondo que sí, me ofrece algo de beber, le digo que más tarde, dé todas maneras entra a repetir la oferta, vuelvo a negarme, me pide disculpas por no haber escuchado bien, le digo que no se preocupe, se acerca me abraza por la espalda, me besa la mejilla y se va.
 
Voy mirando las planillas, corrigiendo errores, al terminar me pongo a ver a través de la ventana bostezando.
 
La luna llena me dice que llevo un buen rato en frente a la pantalla, miro a un lado para descubrir si Rita va venir, cuando no la encuentran mis ojos, suelto el teclado, me pongo los auriculares y comienzo a buscar música en YouTube, me hace sonreír una frase que leo: “Aló ex de Turma do pagode”
 
Lo reproduzco y siento un nudo en la garganta, respiro hondo y me viene a la mente esa palabra, “pagode” ese mismo nudo pareciera fuera presionado por lágrimas que quieren subir a mis ojos
que se fuerzan por rechazarlas, y sonrío.
 
Su voz alta, intensa, su risa fuerte y clara llena de vida, y su intento de hablar español, siempre acomodándose el escote o los tacones cuando me veía llegar, o moviendo sus rulos locos y hermosos como ella misma aparecen en mi mente al instante con el sonar de la música que viene de su tierra, de la tierra de mi María Eduarda.
 
—Eso que te gusta tanto es la música do samba y pagode, a musica de pagode e debido a las fiestas de los bailarines de salsa , pero pra mim samba y pagode es a misma coisa —me explicaba entrelazando sus dedos con los míos apoyándose en su codo.
 
Hace cuatro años yo estaba comprometido con Rita.
Faltaban tres meses para la boda, como despedida de soltero mi abuelo me regaló un mes en Rio de Janeiro, yo nunca había salido de Montevideo, llevaba ya cinco años de novio con Rita, desde que éramos prácticamente niños y había sido la única en mi vida.
El primer día en Rio mi abuelo me llevó a una especie de casa, las luces no eran muy intensas y el color rojo predominaba.
La samba sonaba, no la misma que escucho hoy, pero cualquier samba me llevaría a revivir ese día. La samba era la marca del lugar, una que quedó para siempre tallada enmi alma y en mi corazón.
 
—Cuanto tempo don Felipe— dijo una robusta mujer de cabello rojizo y excesivo maquillaje y tras una carcajada besó ambas mejillas de mi abuelo
 
—Más de un año Rosaura querida— respondió sonriendo y abrazándola, él luego estiró su mano y me señaló – Este es mi nieto Lorenzo, se está por casar y le quise regalar unos días inolvidables.
Rosaura me saludó con mucha simpatía, yo apenas sonreía cuando nos llevó a una barra y pidió unos tragos para los tres, recuerdo exactamente ese momento porque frente a mí en la barra se apareció el ser más maravilloso que vi en mi vida, su piel oscura brillaba a pesar de lo confusa de la luz, su sonrisa iluminaba  el lugar, sus ojos evidentemente escondían su verdadero color tapándose por unos lentes de contacto verdes, sus dedos finos y largos terminaban en unas uñas rojas, largas y afiladas.
 
Recuerdo tanto ese momento que a mi mente, aunque escuche otra canción, regresa la que comenzó a sonar cuando ella se manifestó frente a mi sorprendida y extasiada mirada, “Ey Macalena” se repite en mi mente cuando la recuerdo.
 
Era una mezcla perfecta de belleza y ritmo que me llena de una angustiante felicidad, hasta el día de hoy.
 
—Atiende bien a meus amigos de Montevideo— ordenó sin borrar su enorme sonrisa Rosaura. Ella asintió y nos sirvió mientras movia levemente su cuerpo al ritmo de la samba que sonaba y la tarareaba, “Ey Macalena” era magia en sus hermosos labios.
 
—Brigadisimo!!— le dijo Felipe y comenzó a hablarle al oído a Rosaura que lanzaba sonoras carcajadas.
 
—Soy Lorenzo— dije apoyando ambos codos en la barra y acercándome al oído de aquella hermosa morena
—María Eduarda— fue su respuesta.
Para ese momento mi abuelo se había ido a bailar con Rosaura.
María Eduarda se giró y movía sus caderas al ritmo de la samba, acomodaba las botellas y apenas se giraba a mirarme moviendo lentamente sus largas pestañas postizas.
Al volver a mí que tomaba el trago sin dejar de mirarla se acomodó el escote y me sonrió
—¡Patricia!— gritó y con un ademán llamó a una joven rubia que fue casi corriendo a pesar de sus enormes tacones, le dijo algo al oído y la tal Patricia asintió con la cabeza y se acomodó tras el mostrador.
 
María Eduarda salió y se paró a mi lado apoyando ambas manos estiradas tras su espalda a penas recostada  al asiento y dejando cerca de mi boca su redondeado hombro.
—Era hora de tomar un descanso— me comentó.
 
Yo terminaba mi trago, mientras intentaba evitar que notara el temblor de mis manos
—¿Lorenzo gostas del lugar? — yo asentí con la cabeza, ella estiró su mano y me sacó a bailar.
 
Quise explicarle que era malísimo para el baile, pero ella no me hizo caso, la música era bastante movida, cuando íbamos dos temas, busqué a mi abuelo con la mirada, pero noté que ya no estaba en el lugar, supuse que se había ido con Rosaura, ya que tampoco la veía a ella, el tercer tema me dejó paralizado frente a ella que fue hacia mí, colocó sus manos alrededor de mi cuello y bailó suavemente mientras tarareaba en mi oído:
“Seu corpo é meu corpo todo entrelaçado, Um beijo na boca, abraço apertado, Nossos desejos se misturam, Numa corrente de energia pura…”
 
Yo quise acercar mi boca a la suya, por un instante dio un paso hacia atrás, luego sonrío y miró a los lados como si pidiera permiso, o si comprobara que nadie nos prestara atención, ese tema de Alexandre Pirez seguía, no lo olvidaría nunca, entonces me besó, con la música sonando comenzamos a acariciarnos y abrazarnos sin dejar de besarnos.
 
Fuimos hacia una pared que estaba junto a la barra, se dio vuelta colocando ambas manos abiertas contra la pared, le besé el cuello, la boca, los hombros, y acaricié todo lo que mis manos pudieron abarcar, estaba totalmente embriagado con esa piel y su aliento caliente y exquisito, luego María Eduarda tomó mi mano y me llevó a una habitación algo desordenada y con olor a sahumerio.
 
Sentí que los cuadros de mujeres semidesnudas rodeadas de fuego y con cuernos en lugar de asustarme o darme curiosidad me daban la bienvenida, incluso la bendición, me gustó tanto esa habitación que hoy la recorro con mi mente y no olvido ni un solo detalle.
—Hermosa— le susurré al oído, ella me cerró la boca cubriéndola con dos dedos, cerró la puerta, haciendo que la música se convirtiera en algo lejano y fácil de perder mi atención ella se apoyó en esa misma puerta que acababa de cerrar con una mirada algo húmeda que me evitaba
—¿Pasa algo? —ella afirmó con la mirada.
—Lorenzo, debes saber algo antes— yo me encogí de hombros.
 
Ella fue hacia la mesa de luz abrió un cajón y me dio algo que sacó de dentro de una cartera plateada y brillante, era un documento de identidad y lo puso en mi mano, lo leí, miré la foto y asentí con la cabeza rápidamente
—Lo sé, lo noté desde el primer momento, no todos salimos bien en el documento— bajé la voz y repetí en su oído— hermosa.
María Eduarda sonrió, respiró hondo y me volvió a besar, pero esta vez con una intensidad que me hizo sentir que lo anterior era mucho menos de lo que había pensado.
 
Se paró frente a mí y dejó caer su ropa dejándome ver su cuerpo, que, para mí, era el más perfecto del mundo, fue sin dejar de mirarme fijamente hacia mí, abrí los brazos, desprendió mi camisa y le dije al oído— No me cansaría nunca de mirarte.
 
Esa fue la primera vez que hicimos el amor, luego casi cada noche iba al lugar, ya sin Felipe, y la visitaba.
Ella me contaba cosas sobre su país, yo sobre mis planes futuros, y cada día se volvía un poco más hermoso y doloroso al mismo tiempo, ambos sabíamos que yo debía volver a Uruguay y casarme con Rita.
Ir al encuentro con María Eduarda era un momento de éxtasis, mi corazón luchaba por salir de mi pecho, incluso subir por mi garganta y escaparse de mi, una sensación que antes o después de ella jamás experimenté.
 
Despedirme a la mañana era angustiante, y volvía a mi esa frase “debía volver a Uruguay y casarme con Rita” esa frase que me taladraba la cabeza, pero se borraba al momento de volver al encuentro de mi hermosa morena.
 
Mi abuelo nunca preguntó a donde iba ni que hacía sin él, creo que siempre lo supo, o lo imaginaba, pero es algo en lo que no se metió.
 
La última vez que la vi fue en el aeropuerto.
 
Ya no llevaba sus rulos sueltos, ni las pestañas, ya no estaba maquillada, y su rostro se hallaba inundado en lágrimas.
 
Fue hacia mi y me abrazó, pero como un amigo, estrechó su mano, y me dijo que no lo llamara nunca, que no lo buscara, que lo tuviera como un sueño que pasó una noche y cuando despertamos simplemente terminó, como todos los sueños, que le prometiera que seguiría mis planes sin él y me pidió algo muy dificil, me pidió que fuera lo más feliz que pudiera, sin él.
 
Al subir al avión mi abuelo me preguntó quién era, pensé inmediatamente, no la reconoció, le dije la verdad, que era Omar, alguien que había conocido en el viaje.
 
Don Felipe me dijo; — Pero Lorenzo, ese tal Omar es un exagerado andar llorando tanto por alguien que conoció unas semanas en un viaje ni que estuviera enamorado de ti, —bromeó, y ahí fue que dudé si la había reconocido o no, pero no pregunté..
—No es eso, no lloraba por eso— Le mentí
—Claro— Exclamó terminando el tema Felipe.
 
Yo sin embargo aguanté más.
Al llegar a Montevideo y después de hablar por teléfono con Rita, serio y silencioso me quité la ropa, me metí a la ducha, y mientras el agua corría sobre mi cuerpo desnudo aflojé la nuca, los hombros, y después con el sonido de la lluvia ocupando mis oídos pude sacar toda la angustia que tenía dentro de mí.
 
Ya a solas lloré a gritos, y me golpee la cabeza con los puños repetidas veces, grite de un modo que sentí que mi garganta lo sufría, pero lo necesitaba, dije miles de veces que no podía ser tan cobarde, que no podía ser tan estúpido de dejarla ir, pero eso hice, me calmé, me sequé, me vestí, y frente al espejo me repetí la promesa, una que  cumplí al detalle y nunca llamé, nunca busqué, nunca hice nada para volver a saber de mi María Eduarda.
 
La parte de ser feliz sin ella, sigo intentándola, y trato en momentos de consciencia de decirme que fue solo un mes, como si eso le importara a los sentimientos.
 
Hoy, como siempre escucho música brasileña, samba, la favorita de mi Maria Eduarda y me pregunto que habrá sido de su vida.
 
A pesar de todos los romances que Rita quizá supo o no que tuve durante nuestro matrimonio, o algunos que tengo, nunca volví a sentir nada como lo que sentí con y por mi María Eduarda.
 
Don Felipe seguramente la habrá vuelto a ver, o no, no lo sé siempre que puede va a Brasil, según dice por negocios, segpun yo imagino, por Rosaura, cosa que nunca le dije a mi abuela.
 
Me invitó alguna vez, pero no quise romper mi promesa así que siempre puse excusas y no volví a Río.
 
Quizá mi morena sigue trabajando en el mismo lugar, sirviendo tragos, atendiendo el bar, moviendo sus caderas, sonriendo con esos dientes perfectos, iluminados, blancos, llamando a Patricia cuando necesita ayuda y haciendo lo que sea que hiciera, ya que nunca fueron claras sus palabras al respecto de su profesión, solo sé que a mí nunca me pidió nada a cambio de sus besos.
 
¿Seguirá sonando aquella samba? ¡pensará en mí? ¿Habré sido tan importante para ella como lo fue ella para mí?
Yo pienso que sí.
A pesar de que nunca dijo que me amaba, y yo tampoco le dije nada, las lágrimas de Omar no eran fingidas, no eran escasas, eran cascadas que lo hacían hablar con dificultad, y si no eran de amor ¿De qué más podrían ser?
 
¿Seguirán las diablitas sensuales en sus cuadros viendo su habitación? ¿Seguirá el olor a incienso y el desorden y el aroma de su piel entreverados en el aire?
 
Me lo pregunto y lo siento como si fuera parte de este gris, muy ordenado, pulcro y perfecto lugar que solo ha podido conocer el perfume del amoníaco.
 
No quiero pensar, no quiero fingir, no quiero hacerme esas preguntas, pero no dejo de hacerlo cada día desde que volví, me recibí, me casé y nos mudamos.
 
—Amor, te traigo un café. Ya es tarde—me dice Rita.
Le agradezco y le respondo que en poco iré a dormir, ella se va, bebo el café, apago la computadora, entro al dormitorio, la veo acostarse y la sigo, como siempre.